domingo, 31 de octubre de 2010

Estaba pasando algo

Cuando Néstor Kirchner asumió la presidencia, mi hija mayor vivía en Barcelona desde hacía poco más de un año. Hace unos días, cuando Néstor murió, ella, que ha vuelto a vivir y a ser feliz en la Argentina, me reenvió un largo correo que yo le escribí el 27 de mayo de 2003. Apenas se enteró de la noticia, me dice, recordó ese viejo mail. Me sorprendí de lo que hace siete años yo mismo había sentido, y escrito. Lo reproduzco, parcialmente, ahora.

“Están pasando cosas en este país, que por primera vez en mucho tiempo dan ganas de contar. El nuevo presidente dio el mejor discurso de asunción que yo haya escuchado. Era muy raro eso de asombrarse, conmoverse y sentirse contento a medida que ese señor narigón, bizco y con pésima pronunciación iba largando sus definiciones. Me resultaba muy raro sentir que había llegado al gobierno alguien de mi generación, de la vieja y castigada generación de los setenta, y que lo hacía para reivindicarla, para enorgullecerse de haber pertenecido a ella, para asegurar que no iba a dejar sus principios en la puerta de la Casa Rosada. De una sola sentada, Kirchner les dijo esa tarde a las Fuerzas Armadas que llegaba sin rencor pero con memoria, y que no iba a dejar que se confundiera gobernabilidad con impunidad. A los grandes grupos económicos, que el Estado está para poner igualdad allí donde el mercado pone exclusión, que los que más ganan deben ser los que más paguen, y que no pueden seguir exigiendo privilegios los que han ganado fortunas mientras la mayoría se ha hecho cada vez más pobre. Dijo que no se puede tolerar que un chico de Jujuy tenga una educación inferior a la que tiene uno de Buenos Aires, y prácticamente gritó que viva la escuela pública. Dijo que la eliminación de la pobreza no es una cuestión de políticas sociales sino de políticas económicas, y que el clientelismo político es hijo del desempleo. Dijo que los acreedores externos no pueden esperar que se les pague a ellos si no se puede pagar la deuda social. Dijo que el nombre del futuro es ‘cambio’, y que la prioridad de la política internacional argentina será el Mercosur y los países de la región. Dijo muchas cosas, y a todas las llamó por su nombre. A su izquierda, en el palco, estaban Fidel, Lula y Chávez. Estaba pasando algo, había olor a algo ese domingo a la tarde. Algo que se notaba también en el entusiasmo y el fervor que generaba cada aparición de Fidel en cualquier parte. Kirchner y Fidel estuvieron reunidos durante más de una hora el lunes, pasando por encima del protocolo. Todo parecía anunciar lo increíble que pasó por la noche, cuando Fidel habló desde las escalinatas de la Facultad de Derecho, durante dos horas y media, a una multitud de miles de personas que lo escuchó en absoluto silencio, con un frío que rajaba. Parecía que la Plaza de la Revolución de La Habana se había instalado en la Recoleta, y cuando Fidel se despidió ‘hasta la victoria siempre’, todo era como un sueño increíble, anacrónico y maravilloso. (…) Espero que todo esto no haya sido muy latoso. Tenía ganas de contarlo.”

Gracias, hija querida.

lunes, 25 de octubre de 2010

Ni pliegos ni sindicatos

A Mariano Ferreyra no lo mató el sindicalismo, como dicen o insinúan los canallas y los estúpidos de los medios de comunicación masivos, los simples canallas de la oposición política de derecha, y los simples estúpidos que adoran el sentido común de la pequeña burguesía.

En todo caso, lo mató la clase dominante de este país, que por diversos caminos logró corromper, cooptar, comprar, envilecer a muchos dirigentes sindicales desde hace mucho tiempo. Los que apretaron el gatillo fueron seguramente algunos desclasados al servicio de esa clase dominante. Más corrupción, más envilecimiento.

Un luchador sindical jamás habría disparado contra un joven militante del Partido Obrero, por grandes que fueran sus diferencias políticas y aun ideológicas. En las filas históricas de los luchadores sindicales de este país no entra ningún asesino a sueldo, ningún servidor infame de las patronales.

Entran, sí, los que pelearon por la jornada de ocho horas, por el descanso semanal, por la igualdad, por la libertad, los Raimundo Ongaro, los Agustín Tosco, y miles y miles de militantes que discutieron en las asambleas, que volantearon en las puertas de las fábricas, que sostuvieron huelgas heroicas, que estuvieron presos, que hasta dieron sus vidas por los derechos de sus hermanos de clase.

El asesinato de Mariano Ferreyra no puede ser motivo para fogonear la antigua calumnia contra el movimiento obrero. Aquella que cantaba Violeta Parra hace más de medio siglo: “Para seguir la mentira, lo llama su confesor, le dice que Dios no quiere ninguna revolución, ni pliegos ni sindicatos, que ofenden su corazón”.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Color de sangre minera

La riqueza de la burguesía chilena, a la que pertenece en un nivel privilegiado el presidente Sebastián Piñera, se ha edificado en buena medida sobre la explotación impiadosa de los trabajadores mineros. La derecha, en Chile, derrocó y asesinó a Salvador Allende en 1973, y destruyó todos los avances que el gobierno de la Unidad Popular había alcanzado con la nacionalización de la minería del cobre. Como dice una vieja canción popular, “color de sangre minera tiene el oro del patrón”.

Los treinta y tres trabajadores de la mina que permanecieron sepultados durante más de dos meses a casi setecientos metros de profundidad sobrevivieron inicialmente gracias a su temple, a su disciplina, a su solidaridad, a la experiencia de clase acumulada por sus propios linajes obreros. Después, el estado gobernado por los conservadores, sus antiguos enemigos, se puso al frente de las tareas de rescate - notables por cierto - más publicitadas de la historia del continente sudamericano, y felizmente ellos están a salvo.

Piñera, el mismo que defendió al dictador Augusto Pinochet, y que comparte con sus socios de orientación política la responsabilidad de la recrudecida explotación de los trabajadores mineros del siglo XXI, mantuvo su sonrisa publicitaria durante horas y días enteros para las cámaras de televisión de todo el mundo. El mensaje es claro: vivan los capitalistas que salvan a sus explotados que han sido víctimas de las condiciones de trabajo que ellos mismos han impuesto. Vivan los héroes que cantan a voz en cuello el himno nacional y que en seguida le hablan en inglés a todo el mundo. No es cosa de perderse la oportunidad. Habrá que ver cuándo la esforzada clase obrera ofrece otra oportunidad como ésta para oficiar de salvadores. Bien humanos y sonrientes.

domingo, 3 de octubre de 2010

Vagos y malentretenidos

Julio Cleto Cobos quiere mandar a los muchachos pobres a terminar la escuela y a aprender un oficio alojados en los cuarteles del ejército. Hace ocho años justos, Felipe Solá había propuesto casi exactamente lo mismo. El proyecto fue conocido como “colimba educativa”.

Curiosamente, uno de los argumentos que esgrimían los reformadores sociales que impulsaban la iniciativa consistía en que desde la abolición del servicio militar obligatorio, en 1994, el número de menores detenidos en los depósitos de presos de la provincia se había duplicado. No se trataba de educación.

Es probable que no haya ayudado la noticia, conocida en aquellos días, de que Segundo Cazenave, de 20 años, pampeano, cadete de la Escuela de Suboficiales General Lemos, había sido hallado muerto en el departamento que alquilaba en el barrio de Colegiales, a causa de un edema pulmonar. La madre del muchacho aseguró después que su hijo experimentaba un fuerte deterioro físico desde meses antes de su muerte, que en la Escuela se lo había humillado “en todo sentido” y que se lo había sometido a palizas y otros malos tratos. Así cuida el Ejército a sus propios aspirantes a cuadros profesionales. Un coronel prometió investigar hasta las últimas consecuencias. Nunca hubo ningún resultado.

Más recientemente, la pensadora y filántropa Susana Giménez dio en proponer la vuelta de la colimba para “sacar a los jóvenes de las calles y del paco”. Como se recordará, el servicio militar fue abolido después del martirio del soldado Omar Carrasco, asesinado a golpes en un cuartel de Neuquén por oficiales, suboficiales y conscriptos.

Además de Cobos, la causa de Susana ha encontrado ahora otro paladín: el diputado nacional Alfredo Olmedo, del bloque Salta somos todos, hijo de un señor que tiene 110.000 hectáreas de soja y que factura 50 millones de dólares anuales sólo por el poroto de la plantita, según ha informado la revista Fortuna, de editorial Perfil. Olmedo ha explicado así su idea: "Hoy lo único seguro es la inseguridad y la vuelta a un servicio militar obligatorio y comunitario serviría para que los jóvenes que nunca tuvieron limites encuentren un ámbito de contención y de formación que les permita vivir en armonía con la comunidad". Contención y seguridad, formación, armonía.

A principios del siglo XIX se empezaron a aplicar en estas tierras las leyes de vagos, que condenaban a la incorporación forzada al ejército a todos los paisanos pobres que no tuvieran un patrón que respondiera por ellos. Se los llamaba vagos y malentretenidos. Cobos, Solá, Giménez, Olmedo, y la lista no se acaba con seguridad ahí, apuestan fuerte a poner bajo control a los vagos y malentretenidos del siglo XXI. No importa cuánto disfracen el asunto con palabras que gozan de buena prensa.