martes, 22 de febrero de 2011

Enero en Uruguay

Un muchacho que desafina sólo a medias canta, en el caluroso mediodía sin sombra de Valizas, departamento de Rocha, en la Banda Oriental del Uruguay, un tema de Daniel Viglietti, tan, tan viejo, tan ingenuo, tan lindo, tan de otra era geológica, que apenas es posible sobrevivir porque después viene una de los Beatles, y hay como un reordenamiento, siempre arcaico, perdido, de las cosas.

En Punta del Diablo, lindo y caliente como una brasa, el próspero dueño de un bello bolichito con terraza asomada sobre las rocas y la espuma de la rompiente se mofa de los turistas, sus comensales incluidos: “Acá vienen los que quieren gastar mucho y pasarla mal, yo no entiendo cómo me pagan 350 dólares diarios por mi casa, cuando por esa plata hasta tendrían una mucama en Punta del Este”. Afuera, aparentemente feliz, se calcina una multitud de jóvenes de procedencias diversas.

El viento impiadoso y el agua helada no son suficientes en La Paloma para impedir que encalle un ballenato, extraviado según las autoridades, lastimado o no, depende de quien informe, con la gente apiñada en la playa, con su aspecto de molusco gigantesco y triste, con su falta de voluntad para vivir aguas adentro.

La ruta del regreso, gracias a extravíos y errores varios, no desemboca en el más eficaz de los recorridos, se hace larga, rompe la monotonía del asfalto entrando en uno y otro pueblo. Por ahí, un cartel anuncia un puente sobre un río, y el río se llama Santa Lucía, y entonces está claro que se trata del “puente de fierro sobre el pajonal” al que cantaba Alfredo Zitarrosa, ese al que el Loco Antonio “amaba más”, el mismo Loco Antonio al que la bajante “encontraba pensando y dele fumar”. El tiempo y las cosas, por un instante breve, vuelven a estar en su lugar, sea cual sea.

La foto es de Natalia Kurchin.