domingo, 24 de abril de 2011

Resurrecciones

Mientras celebraban la resurrección de entre los muertos del improbable Jesús de Nazareth, de cuya existencia histórica hay tantos indicios como de las de Hércules, Tarzán o el Rey Arturo, los obispos de la iglesia argentina criticaban en sus homilías el abandono de la niñez por parte del Estado argentino.

Se referían, claro está, al Estado argentino gobernado por Cristina Fernández, que ha instituido la Asignación Universal por Hijo, que ha reducido drásticamente la mortalidad infantil, que ha devuelto a miles de niños a las escuelas, que ha duplicado el número de vacunas que se aplican gratuitamente a todos los chicos del país.

No se referían, en cambio al Estado argentino que presidía Carlos Menem, que defendía a capa y espada los derechos del niño por nacer mientras mataba de hambre a los niños nacidos. Tampoco se referían al Estado argentino que presidía ilegalmente Jorge Videla, que obligaba a parir a las militantes populares en campos de concentración para después robar a los bebés y repartirlos entre los asesinos y torturadores de sus padres. En esos tiempos, los obispos argentinos, salvo escasísimas y honrosas excepciones, sólo expresaban beneplácito para con el poder político.

Mentiras y fábulas groseras para apaciguar a los débiles, complicidad y obsecuencia con los poderosos, con los explotadores, con los represores de los pueblos. Esa y no otra es la fórmula que emplea la iglesia católica desde hace por lo menos mil ochocientos años, cuando el emperador romano Constantino facilitó a los cristianos el salto de perseguidos a perseguidores.

Jesús de Nazaret sigue todavía resucitando entre el incienso y los vítores de ensotanados mentirosos o mitómanos, perversos, pedófilos y otras lindezas. Sin embargo, hay algo que se está moviendo bajo los pies de los curas y ellos lo saben. Es que a principios del siglo XXI, las patas de las resurrecciones falsas empiezan a hacerse, por fin, cada vez más cortas.


La ilustración reproduce una obra de León Ferrari.

jueves, 21 de abril de 2011

Savater, por algo será

Como no es suficiente que Fernando Pino Solanas ande descalificando por baja calidad a los votos de los pobres, hay que leer en los diarios grandes los dichos del filósofo, o autor de libros de autoayuda Fernando Savater, que ha venido a la Argentina a definir al populismo como “la democracia de los ignorantes”, como el equivalente de lo que es “la democracia para las personas cultas”, y como “la democracia rebajada de precio”. Cualquiera sea la interpretación que cada uno haga del populismo, lo cierto es que se han escuchado y leído algunas menos despectivas y más fundadas.
Savater, súbdito satisfecho de una monarquía instituida por el generalísimo Francisco Franco, Caudillo de España por la Gracia de Dios que lo fue hasta su muerte, no vacila tampoco en desdeñar la tendencia que según él se impone en los países de América Latina, a sustituir a los líderes, necesarios aun para las personas cultas, por caudillos, otra degradación para ignorantes.
Compañero de Mario Vargas Llosa en un emprendimiento a favor de la lengua castellana frente a las lenguas regionales en España, Savater defendió aquí a su cofrade peruano de quienes objetaron que inaugurara la Feria del Libro. El argumento resultó desolador: “No conozco a ninguno de los que intervienen en la polémica. Por algo será. Son las ganas de buscarse publicidad de personas que no tienen una categoría intelectual para conseguirla por otros medios".
Todo lo que dijo lo dijo en una escuela primaria de Villa Ballester, que le facilitó los oídos de sus pequeños alumnos para que expusiera, con la categoría intelectual que él sí cree tener, sus prejuiciosos filosofemas. Entre ellos figuró uno que Clarín resalta: “Cuanto menos se meta el gobierno con los medios de comunicación, mejor”. La escuela se llama Roberto Noble. Por algo será, Savater.

viernes, 8 de abril de 2011

Inquisidores

Al papa que vive en Roma no le gusta cómo marchan las cosas en la Argentina, así que acomoda su tropa. Seguramente por eso ha decidido ascender a obispo de Mar del Plata a un teólogo curtido en la oposición a todas las iniciativas democratizadoras de los últimos ocho años. Un cura al que no le habrían caído mal los hábitos de la Santa Inquisición. Antonio Marino, que así se llama el hombre, ganó el año pasado reputación de intolerante y reaccionario como abanderado de la resistencia a la ley de matrimonio igualitario. Pero sería injusto reducir su apostólica lucha a esa sola batalla. Más justo es recordar que ya a fines de 2003 arengaba a los fieles platenses contra las amenazas de “eufemismos tales como uniones civiles, salud reproductiva, o código de convivencia”. Marino no se andaba con vueltas: “Deseamos nombrar a las enfermedades y aberraciones como tales, sin que por ello se nos acuse de discriminar a nadie”, reclamaba. Consecuente con los sermones pontificios de Joseph Ratzinger, alias Benedicto XVI, y de su antecesor, Karol Wojtila, ya casi San Juan Pablo II, Marino no aflojó en los últimos años en su cruzada contra la sexualidad y sus placeres. Mientras convocaba a los jóvenes a la castidad, alertaba contra la educación sexual en las escuelas, que no era más que una “instrucción biológica para el ejercicio de la fornicación”. Así dijo en su homilía de la navidad de 2004. Probablemente se haya sentido identificado con su colega Antonio Basseotto, aquel clérigo apacentador del rebaño militar que propuso en 2005 arrojar al mar con una piedra atada al cuello al ministro de Salud por distribuir preservativos entre los jóvenes. Basseotto rezaba además por sus dirigidos espirituales, que no habían podido evitar los excesos durante la guerra contra la subversión. Marino también ha disparado alguna bala verbal en defensa de los represores. “Ciertos dirigentes desean que nos pleguemos a un extraño cambio de lenguaje, por el cual a la venganza se la llama justicia y a la tergiversación de los hechos del pasado la designan como memoria”, explicó en febrero de 2007. “Una justicia parcial y unilateral es una parodia de justicia y profundiza las heridas”, abundó tres años después. Algunos hombres de dios saben qué pedirle al pasado. Apadrinado por la conducción de Jorge Bergoglio, promovido por la preferencia del papa de Roma, el inquisidor Marino se dispone a dar las batallas que vienen desde un puesto más visible que el que ha ocupado hasta ahora. El sector más reaccionario de la jerarquía católica argentina sigue ocupando posiciones. Y la iglesia no da puntada sin nudo.