Manuel Belgrano no creía que estuviera creando el símbolo de
un estado, para que la posteridad lo recordase. Cuando mandó levantar la
bandera blanca y celeste frente a sus tropas a orillas del Paraná, en febrero
de 1812, no hacía otra cosa que levantar la insignia de una revolución. Eso era
él, un revolucionario. La necrofilia de las efemérides argentinas ha hecho que
la fecha en que murió, en 1820, se haya convertido en el Día de la Bandera. Pero el Belgrano
que les pidió a sus soldados que juraran defender esa bandera, que era una
causa, estaba vivo, y peleando. Y su Revolución también.
El 20 de junio debería ser un día de luto. Es el día en que, simbólicamente, murió la revolución.
ResponderEliminarEn cierta forma, es así. Gracias, Peregrino.
ResponderEliminarQuerido amigo, como siempre tu columna va al centro de la cuestión. A Belgrano se lo recuerda como creador de la bandera, pero no por lo que ésta significaba en aquel contexto: acelerar la independencia incluso contra las políticas del gobierno de entonces (el Triunvirato). Belgrano fue un revolucionario cabal: tal vez el más consecuente de todos.
ResponderEliminarAprovecho para hacer una reflexión provocativa: en muchos sentidos, Belgrano no creó la bandera argentina. Primero (más obvio) esa enseña representaba a los pueblos rebelados (nucleados entonces como Provincias Unidas) y no a la Argentina, que no existía en 1813. Pero además, los colores eran los de la escarapela cuyo uso había oficializado el Triunvirato un año antes, que no fueron elegidos por Belgrano. Y es probable además que aquella bandera fuera de dos franjas (verticales u horizontales) con el blanco como primer color.
Las provincias (ahora argentinas) adoptaron diversas banderas para identificarse: Córdoba, Corrientes y Entre Ríos la artiguista (al menos desde 1815), Salta una con colores propios desde 1821, Tucumán al parecer adoptó la de tres franjas horizontales, pero con el azul-celeste en el medio de dos blancas.
Aunque todo esto parezca anecdótico, no lo era para los protagonistas de la época, que realizaban importantes ceremonias al adoptar el símbolo que los identificaría. Es que esa diversidad simbólica también muestra el momento político que se atravesaba: crisis de una unidad política (el Virreinato y sus secuelas) y reasunción de la soberanía por las provincias, que pelearán durante 40 años para construir una (otra) unidad política.
En fin. Se me hizo un poco larga la cosa. Disculpe, cumpa.
Chiqui
Muy de acuerdo, Chiqui. Hay otra notita por acá que trata algo de todo eso que tan justamente planteás. Se titula Identidades. Gracias por el comentario.
ResponderEliminarClaro Ulises. Recuerdo esa nota tuya, que me pareció excelente. Pero como sabés, es difícil ir contra el imaginario colectivo formado por décadas de repetición de los mismos clichés sobre la (nuestra) historia.
ResponderEliminarVa un abrazo.
Chiqui