Últimamente, la organización está siendo abrumada por denuncias: un número incalculable de menores, las más inocentes ovejas de su rebaño, han sido víctimas de abuso sexual por parte de algunos de sus pastores. Los sucesivos escándalos han sido hasta ahora la característica principal del reinado de Joseph Ratzinger, más conocido como Benedicto XVI, el pastor alemán que se sienta en el trono de Pedro desde hace unos cinco años.
La vergüenza es tan grande que los máximos jerarcas de la teocracia vaticana han salido a practicar refutaciones: que son mentiras insidiosas, que quieren minar la fe del pueblo de dios. Como algunos católicos descontentos culpan de la costumbre de abusar al celibato sacerdotal, el segundo de Ratzinger ha respondido que la verdadera culpa es de la homosexualidad, ese vicio del que ellos abominan y que se ha colado endemoniadamente en campo sagrado. Parece mentira, pero es así: discuten si la culpa de que la Iglesia sea abusadora serial es de que los curas sean célibes o de que entre ellos haya homosexuales.
Cualquiera que haya sido instruido durante su niñez en las doctrinas y preceptos de la Santa Madre Iglesia guarda un puñado de recuerdos imborrables. Uno, que a los siete años su confesor lo apremiaba para que contara con detalles si había tenido experiencias eróticas con alguna niña, mientras lo amenazaba con las torturas para toda la eternidad que el infierno deparaba a quienes no confesaban minuciosamente sus pecados. Otro, que a los doce o trece años sufría por no ser capaz de impedir que su mente se deslizara hacia lo que sus pastores llamaban genéricamente “malos pensamientos”, y que también eran castigados con sufrimientos sin término.
Resulta por lo menos extraño que alguien se pregunte cómo es posible que sea tan frecuente el abuso sexual en una institución que durante siglos ha desarrollado y perfeccionado obsesivamente la práctica del abuso intelectual y del suplicio moral de millones de niños y jóvenes. En ese rebaño sometido por la represión, la amenaza y el miedo, buena parte de las víctimas son niños pobres y solos. Otros son llevados a la iglesia por sus propias familias, a cantar que el Señor es su pastor. Qué les puede faltar.