domingo, 29 de abril de 2012

Familia cristiana 2


Los obispos argentinos, que batallaron duramente contra la ley de matrimonio igualitario, están de nuevo en lo suyo, en la cruzada, ahora contra las reformas al Código Civil que ha enviado al Congreso la Presidenta Cristina Fernández. Ellos defienden a la familia, que como todos saben, es la célula fundamental de la civilización en cuya cresta navegan. Así que hay que escucharlos.

A ellos los llena de horror el alquiler de vientres. Es apenas un detalle que su iglesia lleve casi dos mil años contando como digna de veneración la historia de que Jesucristo fue engendrado por un espíritu, en el vientre de una virgen casada, por encargo de dios. ¿Alquiler de vientres? Claro que no, aunque según las mismas escrituras que los católicos tienen por sagradas, un enviado de dios, un tal arcángel Gabriel, había visitado previamente a la joven para hablar en privado acerca de las intenciones del Señor.

José, el marido, tuvo a bien simular delante del mundo que él era el padre del menor, que si no hubiera tenido el privilegio de ser dios él mismo, habría tenido razones para dudar de su propia identidad. ¿Es lo mismo que “crear deliberadamente hijos huérfanos”, que no saben quiénes son sus padres, como han dicho los obispos que quiere hacer el nuevo Código?  Está claro que no, porque… porque es la voluntad de dios.

Como fue su voluntad que miembros de su iglesia colaboraran entre 1976 y 1983 en el robo de bebés y en la supresión de su identidad. Dicen los obispos: "Todos los niños tienen derecho a conocer a sus padres y, en la medida de lo posible, ser criados por ellos". Pero claro, en ese momento se trataba de combatir a la subversión, no de cambiar leyes por medios constitucionales y democráticos, prácticas en las que dios no tiene demasiada experiencia.

Esa misma historia del matrimonio entre la virgen María y su marido José, el que fungió falsamente como padre del hijo del Padre, es la que habilita a los pastores católicos para expedirse sin sombra de duda sobre esta frágil institución humana. Frágil, cuando los códigos civiles intentan disolverlas con derechos a rápidos divorcios, pero sólida y santa cuando dios es el tercero en discordia: al bueno de José nunca se le ocurrió, que se sepa, divorciarse de María, aunque debía tener fuertes sospechas de que algo andaba mal con el embarazo de su cónyuge, renuente como había sido a las relaciones sexuales.

Así como es santo el matrimonio, que con la gracia de dios es capaz de sobrevivir virtuosamente a engaños, abandonos y desamores, peligroso y bajo es el concubinato, que el Código Civil pretende enaltecer en desmedro de la familia cristiana. La iglesia sabe bien que a esas cosas hay que mantenerlas en la oscuridad de la sacristía o escondidas en la discreción de la casa chica, bajo el peso de la condena social. No hay por qué dar escándalo a las buenas almas con uniones sin sacramento que se pavonean a la luz del día, como si no necesitaran del perdón de dios. 

Y los niños, hay que dejar que vayan a ellos, que saben cómo cuidarlos y protegerlos. Los quieren proteger de las decisiones de una sociedad civil que no valora a “la familia fundada sobre el matrimonio, como relación estable del varón y la mujer”. Y que pretende incluso que se simplifiquen los trámites de adopción. A los curas eso tampoco les gusta. Habría que ver por qué.

miércoles, 11 de abril de 2012

En un tren, atravesando el campo

Ir en un tren, atravesando el campo. Subir en la estación Lacroze, iniciar el viaje hasta Villaguay, Entre Ríos, que se sabía cuándo empezaba pero no cuándo iba a terminar, pero que prometía al final un alborozo de abuelos, primos, amigos. Cruzar el Paraná en ferry, antes de que el puente cambiara todo, o casi todo, las largas horas en el río, bordeando las islas, con calor y mosquitos pero con ese inolvidable olor a vagón, a locomotora, a asiento de tren, a material ferroviario.

Eran los años cincuenta, y los de principios de los sesenta. A veces el tren se quedaba detenido en medio del campo, y los pasajeros bajaban a estirar las piernas, y el olor era a pasto, a bosta, a cielo abierto. Después, o antes, algunos chicos saludaban con la mano en alto desde los ranchos a la vera de las vías, y les devolvíamos el saludo desde la ventanilla. Y el coche comedor. Por alguna razón, ningún restaurante, en ninguna de las ciudades que he conocido en los años posteriores me devolvió nunca el gusto del bife con huevos fritos del coche comedor de esos trenes del ferrocarril Urquiza de hace cincuenta años.

Y después, a lo largo de los años, por otros motivos, a Mar del Plata, a Olavarría, a Rosario, siempre los trenes atravesando el campo. Los trenes, inseparables de la noción de construcción de una nación en el siglo XIX. Los trenes de los ingleses y sus estaciones tan inglesas, una de las cosas más argentinas que hayan existido. La revolución conservadora terminó con todo. Carlos Menem lo hizo aquí en los noventa, ramal que para, ramal que cierra, pueblos fantasma, los mismos que se habían levantado en torno de la estación y del almacén de Ramos Generales en cualquier lugar de la pampa..

Ahora, los trenes son apenas algo más que máquinas de transportar malamente a los trabajadores del conurbano hasta sus lugares de trabajo en la ciudad, y de vuelta a casa, enlatados, oprimidos, para ganancia de empresarios parásitos y desenfrenados, con protección de un estado que mira para otro lado, por venalidad, por desinterés, por falta de audacia, de proyecto. En la estación Once, donde murieron más de cincuenta personas hace casi dos meses, no se estrelló solo un tren. Se estrellaron un país, una historia, una ilusión. No es que los trenes no puedan volver a atravesar el campo. Sí que pueden, pero va a haber que poner lo que hace falta. Si no, todo lo demás no habrá servido para nada.

jueves, 5 de abril de 2012

Ratzinger se renueva

Joseph Ratzinger, alias Benedicto XVI, dijo la semana pasada: "Es evidente que la ideología marxista, en la forma en que fue concebida, ya no corresponde a la realidad. Nuevos modelos deben ser encontrados con paciencia y de forma constructiva; nosotros queremos ayudar". Ojalá que ayude. Su estricto apego a la realidad y a la renovación de los modelos quedó en evidencia días después, cuando ante el reclamo de algunos centenares de curas europeos, respondió: “La Iglesia no recibió autoridad del Señor para ordenar mujeres sacerdotes".