“Cada 14 de abril se le resbalan dos lágrimas, vueltos los
ojos y el ánima a las costas de Estoril”, cantaba hace más de cuarenta años
Joan Manuel Serrat.
La que lloraba en su canción era una “muchacha típica”, de
familia aristocrática, monárquica como su padre, sufriente por el dorado exilio
portugués de los Borbones que ya no reinaban en España. Allí, en la conmovedora
patria del poeta Miguel Hernández, la feroz dictadura reaccionaria y
oscurantista de Francisco Franco, Caudillo de España por la Gracia de Dios, que
había aplastado en una desigual guerra civil a la República nacida precisamente
un 14 de abril, el de 1931, preparaba sin embargo la restauración de los
Borbones.
El rey Juan Carlos, cazador de elefantes, es el resultado de esa
elección política. En 1975, muerto el asesino y coronado el príncipe, el
diezmado y perseguido pueblo español empezó a acostumbrarse a la condición de
súbdito de una monarquía. Pero no todos lo hicieron. No se convirtió en mero
rebaño de ovejas el país de los más valerosos combatientes que había visto el siglo.
Ahora, en medio del derrumbe de la rica y soberbia Europa capitalista y conservadora, el pueblo que alumbró hace un par de años a los Indignados recuerda cada día con más
fuerza a la heroica República. Mientras tanto, allí están los versos de Miguel, muerto en
la cárcel de la dictadura a los 31 años, como una verdadera promesa a su mujer y
a su país embarazados:
“Nacerá nuestro hijo con el puño cerrado
envuelto en un clamor de victoria y guitarras,
y dejaré a tu puerta mi vida de soldado
sin colmillos ni garras”.