miércoles, 22 de agosto de 2012

Memoria del 22 de agosto


Quiero escribir solo aquello de lo que me acuerdo. El 22 de agosto de 1972, a la tarde, me enteré de que algo terrible había sucedido por la madrugada en la Base Almirante Zar, de Trelew.

Empezó a circular la versión oficial de la dictadura de Alejandro Lanusse: los 19 prisioneros que se habían fugado del penal de Rawson y que habían sido apresados en el aeropuerto de Trelew, habían intentado fugarse también de la base naval, habían sorprendido a un oficial de apellido Sosa, se habían apoderado de su pistola, y habían sido abatidos en un tiroteo por las tropas navales.

Diecinueve presos con una pistola, en una base de la Armada. Los marinos habían tenido que liquidar a casi todos – habían quedado, heridos, tres sobrevivientes -, para impedir la fuga. La versión, como más tarde escribiría Rodolfo Walsh respecto de los comunicados de la dictadura de Jorge Videla, no estaba destinada a ser creída. En efecto, nadie la  creyó, aunque algunos fingieron hacerlo.

Yo estudiaba Periodismo. Cuando llegué a la Escuela, esa noche, el aire hervía. Se había armado una coordinadora que integraba a numerosas agrupaciones políticas estudiantiles. Esa noche estuvimos todos juntos: socialistas, peronistas, comunistas.

Fuimos a la Universidad Tecnológica de Almagro, en la avenida Medrano, que ya había sido tomada por los estudiantes. La policía rodeó el edificio, pero aguantamos adentro hasta que se fueron. Allí escuché, y grité, un estribillo que haría época: “Ya van a ver, ya van a ver, cuando venguemos los muertos de Trelew”. Al día siguiente lo gritaríamos muchas veces en actos relámpago en calles y plazas. Esa noche, en la UTN, un compañero me dijo: “Esta masacre va a provocar un gran salto en la violencia política, hasta niveles que no podemos imaginar ahora”. Después del 24 de marzo de 1976 volví a recordar esa frase y esa noche, muchas veces. 

viernes, 17 de agosto de 2012

San Martín: entierro en la Catedral


El 17 de agosto de 1850 murió José de San Martín en Boulogne Sur Mer, Francia. Seis años antes había escrito en su testamento: “Prohibo el que se me haga ningún género de funeral, y desde el lugar en que falleciere se me conducirá directamente al cementerio sin ningún acompañamiento, pero sí desearía el que mi corazón fuese depositado en el de Buenos Aires”.

La voluntad del difunto general revolucionario se cumplió treinta años más tarde, aunque parcialmente: sus restos fueron trasladados a Buenos Aires, pero no al cementerio sino a la iglesia catedral. Es fama que las autoridades religiosas opusieron alguna resistencia. Es que aún no se había inventado el catolicismo retrospectivo de San Martín, y los curas sabían que el hombre no había sido precisamente de los suyos.

El gobierno de Nicolás Avellaneda, pródigo en créditos, logró finalmente convencerlos, pero ellos se las arreglaron para que la tumba se construyera no en el interior de la iglesia sino en un recinto lateral, fuera de lo que llaman el “perímetro consagrado”. Está, pero no está.

Una persistente tradición sostiene, además, que el féretro está inclinado en el interior de la tumba, con el extremo que corresponde a la cabeza más abajo que el de los pies. El presidente del Instituto Sanmartiniano, un general, declaró a la prensa hace dos años que fue así porque el ataúd era más grande de lo previsto y no entraba en posición horizontal. Otros creen que se trató de un gesto intencional. Esa posición del féretro, dicen, estaba reservada a los condenados al infierno.

viernes, 3 de agosto de 2012

Lakras, zurdos y cruces


Los tipos le pintaron lakra en la pared de su casa. Con K, como suelen hacer en sus ingeniosos juegos de letras y palabras. Korrupción, diktadura, kretina y otras idioteces. También pusieron zurdo, como para que las cosas se fueran aclarando. La frutilla de la torta fue la cruz esvástica. Es de otra época, pero todavía puede asustar.

La casa está en Junín, provincia de Buenos Aires, una ciudad que guarda en su memoria a 35 de sus hijos detenidos desaparecidos en el período que va desde 1976 hasta 1983. El habitante de la casa agraviada milita en Memoria, Militancia y Justicia, una agrupación que defiende los derechos humanos desde la época misma de la dictadura cívico militar que encabezaron, por así decirlo, Jorge Videla y José Martínez de Hoz.

Hace un par de meses, la Justicia dispuso someter a juicio oral a siete agentes del Terrorismo de Estado acusados de crímenes de lesa humanidad cometidos en Junín. Son seis policías y un civil. Todo el mundo cree que hay muchos más. En la ciudad funcionaron cuatro centros clandestinos de detención. Muchos pobladores fueron detenidos, torturados, y liberados después. Cualquiera sabe adónde podría ir a parar todo si aparecen testigos dispuestos a contar lo que recuerdan.

Así que los custodios que aún quedan de la barbarie planificada salen, por ahora, a pintar paredes, a ver si así algunos se amilanan. Ya deberían haber aprendido que hace tiempo el miedo dejó de dar resultado. Pero no les queda otra, así que los zurdos y las lakras tienen que saber que todavía hay cruces esvásticas en busca de sus paredes. Aunque parezca mentira.