miércoles, 19 de mayo de 2010

Identidades

La Historia no sirve para las celebraciones. La fiesta del Bicentenario supone la idea de que el 25 de mayo de 1810 se descorrió el velo colonial que ocultaba a la Argentina, y que allí estaban los argentinos, listos para iniciar su camino entre las naciones libres del mundo. No es eso lo que dicen los historiadores.

Lo que dicen es que en aquel tiempo la palabra argentinos sólo podía hallarse en alguna obra poética o en algún texto retórico, conocidos por un reducido círculo, y que aludía apenas a los habitantes de Buenos Aires. Los habitantes blancos. No se llamaba argentinos a los porteños descendientes de africanos, ni a los indígenas, ni a los mestizos. Sí, en cambio, a los andaluces, castellanos, vascos o gallegos que vivían en la ciudad.

Nadie sabía entonces que medio siglo más tarde iba a existir la República Argentina en una parte del territorio del Virreinato del Río de la Plata, ni que los nativos de Salta, Córdoba o Mendoza iban a compartir con los de Buenos Aires ese gentilicio: argentinos. El historiador Fabio Wasserman ha señalado que en 1810 esa identidad y ese futuro, que terminaron por imponerse, no eran los únicos posibles. La Historia es más rica, más contradictoria, más productiva y más feroz que las efemérides.

En 1820, un comerciante que hizo noche en una posta cercana a la cañada de Cepeda, donde se habían batido hacía poco el ejército del Director Supremo José Rondeau con el que mandaban el entrerriano Francisco Ramírez y el santafesino Estanislao López, se espantó al ver a una veintena de cadáveres de combatientes directoriales, argentinos, medio descompuestos ya, a los que se comían los ratones. “Haga que los entierren”, le reclamó al maestro de posta. “No haré tal cosa, me recreo con verlos: son porteños”, respondió el paisano.

Cuatro años antes, el 9 de julio de 1816, el Congreso de Tucumán había formulado la declaración de Independencia que comúnmente se considera argentina. Pero la entidad política que se declaraba independiente se llamaba Provincias Unidas de la América del Sur, y los firmantes representaban a algunas de las que más tarde serían provincias argentinas y a otras que lo serían de Bolivia. La declaración fue impresa en castellano, en quechua y en aymara.

En 1839, los jóvenes románticos que editaron en San Juan el periódico El Zonda relataron cómo habían elegido ese título. Alguien había propuesto El patriota argentino, pero los demás lo desecharon: el término argentino estaba desacreditado, dijeron, pero sobre todo no era sanjuanino. Uno de ellos se llamaba Domingo Sarmiento. Tendrían que pasar casi treinta años para que ese hombre presidiera una república llamada Argentina.

El propio Padre de la Patria, José de San Martín, atravesó la cordillera al frente de un ejército al que no llamó argentino sino de los Andes. Su bandera tampoco era la de Manuel Belgrano, ya reconocida oficialmente por las Provincias Unidas, y que andando el tiempo sería la bandera argentina. La que levantó San Martín era, como el ejército, de los Andes. Con ella hicieron la campaña oficiales argentinos y chilenos, criollos de Cuyo y del Litoral, africanos de Buenos Aires y mestizos de muchas provincias. No había un único futuro posible. Tampoco lo hay ahora, doscientos años después.

2 comentarios:

  1. Muy bueno pá. Lo puse en mi facebook para que más gente lo lea.

    Hijo Mati.

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  2. Qué gran placer leer esta síntesis tan clara de lo que aprendemos con vos hace años cada viernes...

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