martes, 4 de enero de 2011

Furias de Gran Hermano

El programa es espantoso. Su argumento, ya muy conocido: una veintena de chicas y de muchachos seleccionados con rigor según patrones que sólo conocen los patrones, una casa, un largo encierro, micrófonos y cámaras de televisión por todos lados. Se llama Gran Hermano, y ha azotado las pantallas de tv en muchas partes del globo.

La versión local, y presente, tiene la desventaja adicional de que su conductor es un individuo que induce, por diversas razones, al más cerrado pesimismo acerca de las potencialidades de la comunicación. Se llama Jorge Rial. Lo asiste un relativamente amplio séquito de sujetos que se prestan a debatir, a interpretar, a discurrir sobre todo lo que pasa o no pasa en la casa escenario del show. Ninguno de ellos, que se sepa, ha encandilado a nadie con sus luces.

En los últimos días se pudrió todo. Es que los participantes en el programa, llevados seguramente por el aburrimiento, por el deseo sexual reprimido, por la escandalosa anormalidad de la situación (que, como Rial repitió el domingo 2 de enero un centenar de veces, todos ellos aceptaron libremente) se dedicaron un par de veces a tirarse almohadas, con lo que resultaron rotos algunos picaportes, cámaras y micrófonos. Así que el mismísimo Gran Hermano, un locutor que lee con voz engolada unos textos de baja calidad (con perdón de la comunicadora que empleó esta expresión para referirse a los inmigrantes de países limítrofes) se sintió obligado a poner orden, y adoptó una resolución a la que llamó, con anacrónica desdicha, comunicado: por los actos de violencia, los encerrados perdieron una cantidad de comida extra que al parecer se habían ganado en buena ley en un desafío ideado por la propia producción.

Los jóvenes participantes, que están ahí vaya a saber por qué razones, se retobaron. No les gustó ni un poquito que los sancionaran con una quita de comida. Daba la impresión de que tampoco les gustaba el trato, ni el tono, ni el cómo ni el porqué. Y discutieron. Rial simuló escandalizarse: “¡Hace una hora que estamos hablando de esto!”. Uno de los insubordinados respondió, con una media sonrisa: “Será que estamos midiendo bien”. Los panelistas amaestrados de Gran Hermano se indignaron. Uno de ellos sintetizó el sentimiento general: “¿Cómo puede hablar de rating, si no sabe? ¿Cualquiera se pone a hablar de rating?”

Que cualquiera hable de rating puede ser grave. Pero tal vez no lo sea menos que los panelistas insistieran en identificar a los descaminados participantes de un show televisivo, que ahitos de ocio se han puesto revoltosos, con los trabajadores y con los estudiantes que cortan calles o toman colegios en defensa de sus derechos. La magia de la televisión logró hacer entrar a unos y otros en dos palabras: piqueteros y vándalos. No faltaron, como en altri tempi, profusas reflexiones acerca de qué clase de madres habrán sido las de esos muchachos. Que Gran Hermano se apiade de todos ellos.

5 comentarios:

  1. Ulises me gusta tanto coincidir con tus reflexiones acerca de estos hechos y te agradezco que expreses con tanta claridad lo que a veces el enojo no me permite poner en palabras. Saludos!

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  2. Afortunadamente no veo nada de esto. Suelo seguir al pie de la letra aquella sentencia de Groucho: cuando alguien enciende el televisor, me voy a otro lado a escuchar música.

    Abrazo!

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  3. Bien dicho!
    Es reconfortante encontrar en tu voz la expresión de lo que con persistente vaguedad me amarga cuando hay un televisor que no puede cambiar de canal o apagar.
    Abrazo y feliz comienzo del año

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  4. ulises,
    muy acertado y entretenido lo suyO!!!

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  5. Yo no se porque la gente elige ir a esos programas. Sera por necesidades economicas. Pero parecen algo asi como ratas de laboratorio. Lo estan observando constantemente las 24hs, los estudian, los analizan, no pueden hacer nada en privado, ni salir de la casa.
    En el fondo es como una carcel encubierta.

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