viernes, 17 de agosto de 2012

San Martín: entierro en la Catedral


El 17 de agosto de 1850 murió José de San Martín en Boulogne Sur Mer, Francia. Seis años antes había escrito en su testamento: “Prohibo el que se me haga ningún género de funeral, y desde el lugar en que falleciere se me conducirá directamente al cementerio sin ningún acompañamiento, pero sí desearía el que mi corazón fuese depositado en el de Buenos Aires”.

La voluntad del difunto general revolucionario se cumplió treinta años más tarde, aunque parcialmente: sus restos fueron trasladados a Buenos Aires, pero no al cementerio sino a la iglesia catedral. Es fama que las autoridades religiosas opusieron alguna resistencia. Es que aún no se había inventado el catolicismo retrospectivo de San Martín, y los curas sabían que el hombre no había sido precisamente de los suyos.

El gobierno de Nicolás Avellaneda, pródigo en créditos, logró finalmente convencerlos, pero ellos se las arreglaron para que la tumba se construyera no en el interior de la iglesia sino en un recinto lateral, fuera de lo que llaman el “perímetro consagrado”. Está, pero no está.

Una persistente tradición sostiene, además, que el féretro está inclinado en el interior de la tumba, con el extremo que corresponde a la cabeza más abajo que el de los pies. El presidente del Instituto Sanmartiniano, un general, declaró a la prensa hace dos años que fue así porque el ataúd era más grande de lo previsto y no entraba en posición horizontal. Otros creen que se trató de un gesto intencional. Esa posición del féretro, dicen, estaba reservada a los condenados al infierno.

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