domingo, 23 de agosto de 2009

Una ciudad de Alemania (escena en el subte)

El chico es morocho, bajito. Ha subido en la estación Bulnes, y en seguida se ha puesto a tocar concienzudamente el acordeón. Algún pasajero lo acompaña distraído, canturreando: “Los caminos de la vida no son lo que yo esperaba”. Cuando termina la pieza se presenta, se come las eses, larga de un tirón: tiene 16 años, el padre se ha muerto hace dos, la madre está sin trabajo, él quiere comprar leche para sus hermanitos, que son cuatro. En seguida se pone a recorrer el coche para recoger la retribución por el número musical.

En una punta del vagón, un muchacho alto, de unos treinta años, interrumpe su conversación en alemán con la joven rubia que lo acompaña para darle una moneda al acordeonista. El chico lo sorprende, sorprende, en voz bien alta, con algo que suena como "danke schöen". Y lo vuelve a sorprender: “¿Frankfurt?”. En un español rudimentario y duro, el alemán le contesta que no, que su ciudad está más al norte. “¿Stuttgart?”, insiste el chico después de pensar un segundo. Otra vez que no, que eso está en el sur. Pero el chico no se da por vencido, y ya caminando hacia el otro extremo del coche prueba con “¿Hamburgo?”. Esta vez el alemán se limita a negar con la cabeza mientras baja en la estación Pueyrredon, de la mano con la rubia.

El chico, que parece haberse olvidado de la recaudación, camina unos pasos con la cabeza gacha. De repente corre hasta la puerta, que empieza a cerrarse, la traba con un pie, se asoma hacia el andén y pregunta, grita: “¿Berlín?”. El alemán se vuelve, vacila, hace que sí con la cabeza, se da vuelta de nuevo. El chico libera la puerta, se apoya en el pasamanos cromado, suspira, cierra los ojos, los abre, dice “Berlín”, lo confirma, se lo dice a todos, a nadie, vaya a saber a quién.

6 comentarios:

  1. Precioso texto.
    Un beso,
    Gloria

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  2. Ulises, qué buena historia! Entré a tu blog por el blog de tu hija con la cual, según ella, tengo una deuda pendiente.
    Para seguir charlando un poco te cuento que lo vi a Zitarrosa cantar en vivo en el teatro El Círculo de Rosario en el año 1984. Todavía recuerdo el traje azul oscuro, casi negro, la camisa blanca impecable, la corbata al mismo tono que el traje y zapatos negros acordonados. Su pelo peinado bien para atrás y con mucha gomina o algo similar, tenía un toque gardeliano. Lo que amé en ese hombre fue la sencillez y austeridad, su compromiso y honestidad, además de sus canciones.
    Esas vacaciones fueron terribles, primero me entero de la muerte de Zitarrosa yendo con el auto a una farmacia a la tarde, unos días después me lo cruzo a Carlos (sí, sí, a "ese" Carlos) por la calle, y unos días más tarde, desvelado, salgo de la carpa y al alba prendo la radio del auto y escucho las primeras informaciones por Continental del copamiento de La Tablada, cuando todavía pensaban que era otro levantamiento carapintada.
    Hablando de la Brujita, sostengo firmemente la teoría que si pudiera tener un equipo con once jugadores iguales a él (hasta el arquero incluido) saldría campeón de todo lo que se cruce por el camino.
    Un gusto conocerte.
    Abrazo y seguimos en contacto.

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  3. Hasta en la escritura se te nota la sensibilidad a flor de piel!!

    Muy buenos tus textos, aunque te confieso que lo que me encantó fue el título del blog... siempre tan original! :D

    Te extraño padrino!

    Besos!!

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  4. Muy buena historia. Un mendigo de mundo...

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  5. Hola profe! Me da un poco de verguenza eso de ser yo quien te juzgue con indulgencia, asi que me voy a limitar a comentarte que me encantó esta nota. Se ve que además del formato periodístico clásico, manejas bárbaro los recursos literios.
    Bueno, seguiré leyendo...
    ¡Un abrazo!

    (Creo que solo sale "Jaz" en mi nombre así que aclaro: Soy Jazmín Bullorini, alumna tuya de la noche de Política Internacional el año pasado)

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  6. ¿Será que me identifico con esa mirada "uliseniana"? Ahora recuerdo por qué me encantaban sus clases...


    (Luciana S.)

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