jueves, 17 de septiembre de 2009

Cuarteto de cuerdas

En Adiós, muñeca, el detective Philip Marlowe conversa con Randall, un compañero ocasional. Hablan de una muchacha que se ha empeñado en ayudar a Marlowe. “Usted le gusta”, intercede Randall. El detective le dice que ella es una buena chica, que no es su tipo. El otro, entonces, le pregunta si no le gustan las chicas buenas. Marlowe responde: “Me gustan las chicas que son duras, las que brillan, y que están cargadas de pecados”.

Raymond Chandler, autor de la novela y creador del personaje, nació en Chicago en 1888, fue al colegio en Inglaterra y vivió buena parte de su vida en California. Era un hombre brillante, que tuvo la dura vida de un alcohólico, y que se casó con una mujer pecadora, casi veinte años mayor que él. Como fuera, se las arregló para convertirse, antes de la mitad del siglo pasado, en uno de los padres del policial negro.

Detestaba a los críticos literarios tanto como respetaba a los buenos escritores. En 1950, a raíz de la publicación de un mal libro sobre Scott Fitzgerald, le escribió a un amigo que nadie tenía derecho a hacer desastres con el autor de El gran Gatsby, también alcohólico, que había estado “a sólo un paso de ser un gran escritor”. Él tenía, según Chandler, un genuino encanto. “No es cuestión de escribir bonito o límpido”, precisaba: “Es una clase de magia discreta, controlada y exquisita, la clase de cosa que producen los cuartetos de cuerdas”.

Chandler murió hace medio siglo y algunos meses. Para los lectores de sus novelas, sin embargo, Philip Marlowe sigue sentado a la mesa de un bar de Los Angeles, frente a dos copas. Una es para él. La otra, para un amigo que ya no vendrá, y a quien le dispensa un mudo y largo adiós. En la barra, tal vez, brilla una chica dura, cargada de pecados. Si se aguza el oído, también allí se puede escuchar una música como de cuarteto de cuerdas, por encima de los ruidos de la calle.

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