martes, 17 de agosto de 2010

San Martín y el fanatismo

José de San Martín se convirtió al catolicismo casi cien años después de su muerte. El milagro fue obra del ejército argentino y de la Santa Iglesia, con la colaboración de un lote de historiadores de tercera o cuarta línea. Para que el centenario de su muerte, en 1950, se pudiera celebrar con dignidad, el Padre de la Patria tenía que ser un católico ferviente.

En vida, sin embargo, había sido un liberal revolucionario, anticlerical como el que más, al que Manuel Belgrano había tenido que convencer pacientemente de que al frente del Ejército del Norte debía mostrarse como un devoto creyente. “Mi amigo”, le escribía el 6 de abril de 1814, “no se olvide de que es usted un general cristiano, apostólico, romano”.

San Martín tendía a olvidarlo, pero Belgrano había aprendido el alto costo que había tenido para los patriotas la “guerra de opinión” que les habían hecho los realistas llamándolos herejes, y atrayendo así “las gentes bárbaras a las armas”, con la excusa de que ellos “atacaban la religión”. “No deje de implorar a Nuestra Señora de las Mercedes”, insistía Belgrano, “nombrándola siempre nuestra Generala, y no olvide los escapularios a la tropa”.

Esas formalidades públicas, que San Martín cumplió sin demasiado énfasis, fueron la base de la conversión retrospectiva. En 1944, J. L. Trenti Rocamora llegó a escribir que San Martín “tenía devoción a la Santísima Virgen, frecuentaba los sacramentos, acataba el pontificado, y finalmente quiso morir como un buen cristiano”. No importaba demasiado si el hombre había omitido en su testamento cualquier mención de creencia religiosa alguna, si había pedido que se lo llevara al cementerio sin ninguna ceremonia, si al sintetizar en diez máximas la educación que quería dar a su pequeña hija Mercedes había dedicado una a dejar constancia de que pretendía inspirarle sentimientos de indulgencia hacia todas las religiones. Léase bien: indulgencia. Hacia todas.

Tampoco importaba que el 6 de abril de 1830, en carta a su amigo Tomás Guido, se hubiera burlado de las negociaciones diplomáticas que Buenos Aires había encarado con el Papa. “Esta ocasión me vendría de perillas para calzarme el obispado de Buenos Aires”, bromeaba. Pero en la misma carta lamentaba que la voluntad de llegar a un acuerdo con Roma dejara ver que su “malhadado país” todavía tenía que lidiar con el fanatismo. “Afortunadamente”, se consolaba, “nuestro pueblo se compone de verdaderos filósofos, y no es fácil empresa moverlo por el resorte religioso”.

El azar ha hecho que apenas 48 horas separen el 17 de agosto, aniversario de la muerte de San Martín, de la fiesta católica de la Asunción de María. O sea, del día en el que la Virgen ascendió, literalmente, a los cielos. Según los creadores del San Martín católico, él habría celebrado el fasto con devoción. Parece más probable que hubiera lamentado la supervivencia del fanatismo.

2 comentarios:

  1. Muy buena nota profesor.
    A la mañana escuché algo yendo al trabajo, pero la verdad era toda información desconocida para mi.
    Gracias por ello.

    Mariano

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  2. Ignacio Moras (TEA)19 de agosto de 2010, 0:06

    Una profesora de historia de la secundaria había comentado algo al respecto alguna vez. Pero esto sí que es interesante. Siempre aprendiendo con Muschietti. Impecable profesor.

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