Mientras él estaba en el poder, mastiqué odio, rabia, dolor,
miedo, vergüenza. Una vez, un amigo que se iba del país me preguntó por qué me
quedaba. Le dije que quería estar aquí el día de la revancha. No hubo
revancha. Hubo, sí, casi al final, el día en el que les gritamos asesinos en la
Plaza, y ellos nos gasearon y balearon al obrero mecánico Dalmiro Flores.
Hubo, después, los incontables días en que marchamos
gritando los desaparecidos, que digan dónde están, ni olvido ni perdón, no hubo
errores, no hubo excesos, son todos asesinos los milicos del Proceso, hubo un
juicio, condenas, pero también la obediencia debida, el punto final, los
indultos. No hubo revancha.
Después de muchos años, llegó una dosis de justicia, sin
revancha, y él fue a parar a una celda, donde ayer murió. Eso no calma ni el
dolor, ni la vergüenza, ni la
rabia. Ya no hay miedo, desde hace tiempo, y ese objeto de odio ha desaparecido de este mundo. Se llevó muchos años de nuestras vidas, y
demasiadas vidas. Que no descanses, Videla.
Suscribo.
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