sábado, 31 de diciembre de 2011

A Fierrito, in memoriam

Fernando Fierro, Fierrito, apareció en mi vida, en nuestras vidas, en la mía y en la de mis amigos, alrededor de 1970. Llegó a mi casa, que entonces era la de mi madre, traído por un compañero de mi hermana mayor, que estudiaba con ella Filosofía. Pero Fierrito no estudiaba. Esa noche había guitarreada, y él cantaba. Vaya si cantaba, y contaba cuentos, y componía, y mentía como el que más.

Se hizo de la casa, enseguida, y se hizo mi amigo. Tenía un par de años más, pero muchos, muchísimos más kilómetros recorridos. Había estado en el norte y en el sur, había hecho la colimba en Comodoro Rivadavia, aunque era de Boedo, y se jactaba de que jamás podría revelar por qué lo habían dado de baja a los dos meses.

Lo cierto es que, si se lo apuraba, mostraba su libreta de enrolamiento. Ahí decía clarito: “Dado de baja sin instrucción”. “Me expulsaron”, decía Fierrito, satisfecho: “El teniente coronel no me aguantaba más, y cuando me entregó la libreta me hizo prometer que si alguna vez nos cruzábamos en una calle cualquiera, me iba a cruzar de vereda”. Alguna vez aseguró que había robado un tanque en el regimiento y que se había presentado con él en un prostíbulo del pueblo. Vaya a saber si era verdad.

Jugaba al fútbol tal como él era, lo mismo que todos. Era pisador, ocurrente, guapo, corría poco, les hacía bromas a los contrarios, prefería siempre devolver la pelota o intentar una gambeta antes que tirar al arco. Pero cualquiera prefería tenerlo en su equipo que de adversario. Fue, durante años, el ocho de Pamperito, el equipo que armábamos cada tanto, cuando teníamos cancha y rival. Mientras tanto, no dejaba de ir y venir, de Buenos Aires a Corrientes, de allí a esquilar ovejas en La Pampa, y después a manejar un bar en la Boca. Pero siempre volvía, aparecía a cualquier hora, con la guitarra en bandolera, y la sonrisa.

Se fue haciendo militante, como todos, pero el marxismo no era su camino, así que nos fuimos separando. Prefirió laburar con su amigo el cura Pichi, en la villa 31. Hacia 1975 ya nos veíamos poco, pero me hizo saber que se había sumado al Peronismo de Base. De vez en cuando iba al departamento en el que yo vivía en Núñez, donde declaraba amor eterno a mi hijita Camila, “la más linda de Buenos Aires”.

En 1977 llegué a encontrarme con él en la penumbra de un bar, y me contó que se iba a Brasil. Unos años después, en el ochenta, vino a Buenos Aires. Estuvo en mi casa. Estaba enamorado de una brasileña, iba a ser padre. Cantamos en voz baja las viejas canciones, incluso las que habíamos compuesto juntos, recordamos cosas, lamentamos ausencias definitivas, y nos abrazamos.

Nunca más lo vi ni supe de él, hasta cerca de veinte años después. Un amigo común me dio entonces la noticia de que Fierrito había muerto en el 81, no sabía muy bien cómo. Se lo había dicho el cura Pichi. Desde entonces lo velé muchas veces, en soledad. Hoy termina el año en el que se deben haber cumplido treinta años de su muerte. Salud, querido Fierro.

3 comentarios:

  1. Que pintas! Muy buena foto. Me gustó la descripción de cómo jugaba al fútbol. Debe haber sido bravo para enfrentarlo...
    Salud!

    Abrazo!

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  2. Más que Fierrito, era un Fierrazo!!!
    Muy bueno, viejo.

    Abrazo!

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  3. Mis respetos.
    Abrazo!!

    PD. El señor de lentes es Ulises con cabello??

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